Después de estar procrastinando
en internet, decidí lavar trastes. Desayunar algo, un poco tarde, porque desperté
a medio día. Lavé los trastes y me dieron las cuatro y ya no estaba segura de ir a la Universidad y
subir hasta el cerro, pero decidí que necesitaba libros de semiótica para mi
tesis y emprendí mi viaje en camión.
En el segundo camión se subieron
unos señores a tocar canciones norteñas viejitas, de las que no hablan tanto de
narcos ni de drogas, busqué dinero y sólo encontré dos pesos y se los di.
Unos minutos antes de llegar me
habló Indira para avisarme que ya había llegado, pero la escuela estaba muerta
y la biblioteca cerrada. Olvidé que en esta fecha les dan el día libre a todos,
excepto a los que cuidan la puerta y a los de medicina, pero esos son cosa
aparte. Al llegar el de seguridad me preguntó que a qué iba si no había nadie,
dije que a la biblioteca y me dijo que estaba cerrada, de todas formas me dejó
entrar y ahí estaba Indira esperándome con cara de “qué imbéciles somos” y nos
dio risa vernos ahí solas en la explanada, frente a la biblioteca.
Después de un rato de charla,
bajé al centro y ya tenía hambre y mucho tiempo muerto en lo que daba la
hora para ver a Andrea, pero no el suficiente como para regresar a casa, así
que me decidí a buscar comida y di con una fonda al lado del mercado de dulces
en donde me comí un sope por sólo 16 pesos y agua natural gratis.
Mientras comía, una señora pasó y
le gritaron su nombre desde la fonda, y comenzaron a hablar de la salud
delicada de la mamá de la señora, que le había dado un paro cardíaco y que el
papá estaba deprimido por eso, entonces tenía que cuidar de ambos, por la voz
creí que era una mujer de veintitantos, pero ya era una señora de cuarenta y
tantos, por lo que me sorprendió que aún vivieran sus papás, pensaba eso
mientras la observaba de reojo y le daba una mordida a mi sope.
Al cabo de un rato, llegaron dos
hombres con mochilas pidiendo comida porque acababan de llegar del norte- o algo
así dijeron- y no tenían dinero; no alcancé saber el desenlace porque ya había pedido la
cuenta y abandoné el lugar.
Decidí sentarme unos minutos en
las bancas de las rosas para hacer tiempo, y en frente estaba la señora que
siempre se mete a los bares a ofrecer rosas, al parecer estaba hablando de
drogas con otra señora. Lo curioso fue que llamó a uno de los lavacoches, que
supongo es su amigo o algo por el estilo, porque le regaló una torta de
milanesa, y sé que era de milanesa porque alcancé a escuchar (lo sé, en este
punto ya parezco la chismosa más grande de la ciudad). Me dio ternura pensar
que todos los que trabajan en la calle se cuidan y se preocupan entre ellos.
Mientras veía la hora en mi
celular, preferí esperar en uno de los cafés, faltaba sólo media hora para el
encuentro. Pedí uno regular sin azúcar (ya que me he estado obligando a beber
café sin endulzantes, aún no sé porque), y me enfrasqué leyendo un libro en mi
celular mientras escuchaba a Charlie Parker con mis audífonos. Pasó un hora y
no llegaba, pero a este punto, en el fondo, deseaba que tardara más, porque
estaba demasiado a gusto leyendo en ese lugar. Pasó otra media hora y ya iba en
la segunda taza; mis deseos cambiaron, mi vejiga no aguantaba más y no había forma de ir al baño por que traía
mi lap top y con tanto vendedor ambulante, dejar mis cosas ahí no era lo más recomendable. Cada
minuto pesaba en mi vejiga y ya estaba maldiciendo a Andrea por no llegar, y
finalmente vi un chongo que reconozco a kilómetros, entre la multitud y le hice
señas con los brazos para que me viera y finalmente corrí al baño. Después me
sentí la más imbécil por no pensar en encargar mis cosas a algún mesero.
Al estar charlando con ella y
ponernos al tanto, me di cuenta de que sigue siendo una loca que en donde sea
encuentra pleito, pero siempre me gusta escuchar sus historias, que nunca sabes
qué tanto es cierto y qué tanto exagera, pero es entretenido y divertido; además de que siempre describe a la gente de manera insultante, pero que de
alguna forma da más risa que indignación.